viernes, 24 de junio de 2011

Testimonio real

José Alberto Guerrero

Todo empezó a derrumbarse en mi cabeza un soleado domingo de verano. Everything started collapsing in my head one sunny Sunday in the summer. Desperté sudando del cuello y de la nuca. Woke up sweating in the neck and the nape.
Shit. Mierda. Chingá. Fuck.
Ni siquiera me había percatado de lo que estoy haciendo. Trataré de narrar mi extravagante caso en mi lengua materna. Si acaso llego a recurrir al inglés, pido al lector paciencia y mil disculpas, ya que es síntoma de mi grave enfermedad. So, I’m sorry. Mas tiene la ventaja de ser una clara evidencia de la veracidad de mi historia.
Amanecí, como decía, empapado en sudor. Menos mal que Rebeca no se había quedado a dormir la noche anterior, she really hates la humedad de mi cuerpo. Es decir: detesta que transpire tanto. Estaba crudo y con lige­ra jaqueca. It was a hard night la noche anterior y no me sentía muy descan­sado que digamos. Saqué la última cerveza del refrigerador y puse a calentar el desayuno: un plato de pancita sebosa del día anterior. Yumi-yumi. (¿Ese qué idioma fue?) Prendí la tele para ver si todavía estaban las luchas de la Triple AAA pero ya habían terminado. After all, no era tan temprano como había pensado en un principio. Miré el reloj de la pared y marcaba ¡las tres de la tarde! Un nuevo récord, pues nunca había pasado de las doce del me­diodía.
Me serví el plato tibio. Haciendo la grasa hacia un lado con la cuchara, terminé la mitad. Luego, la cerveza me cayó de maravilla bebida en dos tragos. Por cable pasaban una película en francés, pero a mí esa lengua siem­pre me ha dado fuertes mareos, así que apagué la tele. Decidí salir por más cervezas o tal vez una botella. Al fin y al cabo, el lunes era feriado.
La calle estaba vacía y no era para menos, pues el calor era abra­sador. Había que estar loco para es­tar afuera. Loco o sediento. Además, mucha gente pasó fuera el fin de se­mana y la ciudad se quedó desierta. A mí, Rebeca me invitó a Cuernava­ca con sus papás, pero no quise ir porque los viejos me odian y el sentimiento es mutuo.
La mayoría de los negocios se hallaban cerrados y ya que tengo cier­tos problemas con los dependientes de las tiendas cercanas que sí trabajaron, tuve que ir a la licorería, que estaba un poco más lejos, y a riesgo de que también se hallara cerrada. Al llegar y ver la enorme botella inflable de tequila a la entrada solté un suspiro de alivio. La toqué discretamente para ase­gurarme de que no se trataba de un espejismo y entré. Había encontrado un oasis.
Me palpé las nalgas, saqué la cartera y le pedí su opinión: cerveza. Mu­cha cerveza. Mucha cerveza fría, acordamos. Me acerqué al mostrador.
Hi, afternoon. It’s so hot out there, you know? Dije inconscientemente, sin darme cuenta todavía de lo que hacía. El dueño estaba sentado en una si­lla reclinable con la cabeza hacia atrás, inflaba el estómago como un globo ca­da vez que respiraba, tenía la camiseta sudada y sucia y se espantaba las moscas con su gorra de los Pumas. Al escuchar mis pasos se talló los ojos y se levan­tó diciendo algo en una lengua que fui incapaz de entender en ese momento:
Buenas. ¿Qué va a llevar hoy?
Sorry? Contesté, y nos quedamos mirando confundidos el uno al otro, sonreí nervioso y dije Gonna take two six-pack of Modelos, extra cold, please.
¿Va a pedir algo o…? Dijo señalando la salida.
Tal vez está drogado, pensé, y decidí irme más lento y ser más gráfico. Saqué un billete de a doscientos y repetí Give me twelve beers, if they aren’t cold it’s OK. I’ll put them in the freezer. Y apunté hacia mi objetivo.
Oh, latas, ¿cuántas quiere y qué juego trae ora? ¿Quiere practicar su in­glés conmigo? No, yo siempre fui cabeza dura para el estudio. Pero mi herma­no el menor, ese sí salió listo… para el atraco, digo, porque se volvió banquero.
Al ver mi cara de estupefacción, se calló unos segundos.
Está bueno, le voy a seguir la jugarreta, ¿cuántas querer llevar, mister?, ¿guan, tu, tri?
¿Séniorr? ¿Ono, dous, tries? Pobre hombre, estaba tan excedido, que apenas si le entendí eso último. Me preguntaba la cantidad, supuse. Le mos­tré mi palma abierta contando los dedos, Five, ten, twelve… y ya no hubo con­tratiempos, tomó mi billete, se cobró, me entregó la mercancía con el cambio y salí corriendo.


Me gusta el trago, no lo voy a negar, pero soy responsable de mis actos y de mis fechorías, cumplo en el trabajo, cumplo con el casero, cumplo con Rebe­ca, así que no me parece tanto una adicción sino un gusto muy arraigado. Mis colegas lo saben y muchos hasta lo comparten, específicamente Estela y Marco Antonio, él es hijo de uno de los jefes; ella, simplemente llegó por su cuenta. Se conocieron en la farmacéutica hace tres años, un mes después ya vivían juntos. Yo entré a la compañía un poco después, pero de inmediato hice clic con ellos. Era común llamarnos los fines de semana para salir a algún lado, aunque yo aceptaba sólo cuando convencía a Rebeca de ir conmigo, pues nos estábamos dando otra oportunidad mi ex-mujer y yo, por el bien de nuestro hijo.
Aquel fin de semana, ya que Rebeca y el niño se habían ido a una fiesta familiar a Cuernavaca, me sentía libre, tanto como había olvidado que se podía ser. Así que cuando Marco Antonio me llamó el sábado para invitar­me a no sé qué evento, I said immediately “Yes, of course, I’m in”. ¿Cómo iba a pensar que luego de esa borrachera se me borraría el casete? Sin sospechar mi inminente desgracia, me metí a bañar, me afeité y me arreglé. Iba en plan de coqueteo pero sólo eso. Dados los avances en mi relación con Rebe, no quería arriesgarme.
Se trataba del cumpleaños de un primo de Estela. El festejo fue en un bar en La Condesa, no recuerdo el nombre. Alcohol, droga, rock. Todo circu­laba a manos llenas. Yo pasé la mitad de la noche bailando gracias a una pasta de excelente calidad.

Destapé la primera Modelo y le marqué a Rebeca para saber si ya venía de re­greso, me contestó cortante y en un idioma que yo ya no entendía:
Dime, Mario.
Hi. Are you and the boy enjoying yourselves?
¿Perdón?, hubo un silencio largo hasta que me encargué de romperlo con mi nueva lengua.
Are you coming already? I’m waiting for you. Miss you.
Claro que no me entendió. Rebeca y yo nos conocimos en un curso de inglés que abandonamos juntos antes de aprender a decir Good morning. Su teoría era que amábamos tanto el castellano que cualquier otro idioma nos pa­recía simplemente hostil.
Ella dijo en un tono que me pareció más hostil que cualquier lengua del planeta:
No es un buen momento para jueguitos, tu hijo tuvo un accidente. Estu­ve tratando de localizarte toda la mañana pero supongo que estarías bastante… indispuesto. Como sea, me las tuve que arreglar sin ti, para variar.
What’s the matter with you? Is that a kind of code? Don’t understand you.
Sí, no te preocupes, el niño ya está bien, sólo se rompió un brazo. Tú pue­des seguir con tus pendejadas pero olvídate de nosotros.
Y colgó.
Y volví a marcar, esta vez fuera de mis casillas, pues no soporto que na­die me deje hablando solo.
Fucking bitch, I wanna talk to my son. Right now.
Esa primera frase debió de entenderla a la perfección porque me res­pondió Fuck you, bastard, y, en seguida, colgó y apagó el teléfono.
What’s wrong with me. Algo pasaba conmigo. Podía sentirlo.
Prendí la tele y fue cuando me di cuenta de que había olvidado por com­pleto mi lengua materna. Ya ni siquiera pensaba en español.
El reloj de la sala hacía palpitar mi cerebro. Mi corazón rugía y balbu­ceaba algo que yo era incapaz de asimilar. Desesperado, fui corriendo al ba­ño a mirarme en el espejo. No. No me había vuelto rubio ni ojiverde, y, mejor todavía: no me había transformado en una repugnante cucaracha. Al menos no peor de la que ya era.
Eso fue hace seis meses. Perdí mi trabajo, a Rebeca y a mi hijo. De inme­diato compré por Internet decenas de cursitos en video para volver a aprender español (mexicano), pero era inútil, ninguno funcionaba. Mientras más me esmeraba en aprender, más parecían esmerarse los “Doctores de la lengua” en confundirme. Incluso podría haber jurado que yo nunca antes había pronunciado palabra alguna en esa lengua tan arcaica que raspaba la garganta. Estaba desesperado y destruido. Y había perdido las ganas de vivir.
Fue entonces cuando descubrí ¡Espaniol, senior! En tan solo dos meses he tenido un avance asombroso. Como usted podrá notar, mi historia está na­rrada casi por completo en español. Además, al reverso de cada página se encuentra su versión en inglés, para que usted coteje con su diccionario bi­lingüe a la mano. Porque, aunque arcaica y rasposa, ésta es una lengua must have en estos días.
Los doctores aun no han podido catalogar ni tratar mi caso, pero yo encontré por mi cuenta el mejor tratamiento: ¡Espaniol, senior! Lo reco­miendo ampliamente.

1 comentario:

ANGELICA MARIA GUERRERO dijo...

Me gustó mucho este blog. Escribo y sitios como éste alimentan como almibar a colibries. Lo seguiré.