viernes, 24 de junio de 2011

La espiral del Ser

José Homero
(Fragmento)


I

La poesía de Hugo Gola es una refutación de los opuestos. No como negación de los seres y accidentes contrarios entre sí, sino de una condición donde esa contrariedad se asiente como inmutable. Con ello quiero decir que para Gola los opuestos son complementarios, uncidos y enlazados en una entreve­ración que los trasciende. Resonancia heraclítea.
Constante en la reflexión poética es considerar el poema, la emoción es­tética, como un momento, un estado, de plenitud y comunión con el universo a través de una intuición, de un arrebato, que descubre la empatía entre todo lo creado y al mismo tiempo la singularidad de cada ser. La poesía, hermana de la gracia y de la revelación, muestra al hombre la unidad del mundo más allá de las apariencias. O al mundo en su esplendor de apariencias.

algo muy tenue
     que se prolonga
más allá de la apariencia
                      (“Rotación”, p. 21)

y cuando llegan
             las palabras
nada te dicen
    sólo habla
         el fervor
que deja atrás
       todas las
       cosas
y los nombres.
(“El tema del poema”, p. 44)

Condición de la emoción poética es su intempestividad, su aparición en medio de la vida cotidiana. Como una de esas espadañas que yerguen su lábil virilidad a través de las oquedades o como ese musgo que tenaz escala la piedra con sus yemas húmedas, la poesía aparece en medio de la historia, en medio de la prisa, ahí donde no se espera esa interrupción que es irrupción. Es el poema como la hoja que detiene el movimiento en su caída y por un momento parece sostenerse en el aire, sin el aire

        la caída de cualquier hoja
                         no se soporta
porque estalla en el aire
      altera el vacío
            y cuando toca el suelo
lo inunda todo
        con su esplendor.
                         (“No es la hoja muerta”, p. 62)

Pocos poetas tan conscientes, como Hugo Gola, de que la emoción es la esencia del poema; que la valencia de la poesía es el registro de esa emoción que no indica, que no enseña, pero que revela. Para Gola, el poeta es un sujeto agraciado con un don que lo separa del mundo como conjunto de singularidades y lo acerca al mundo como unidad. Como otros poetas moder­nos, Gola atiende a esa experiencia como única. El poema es un infiel registro de esa sensación. Por ello el poema más auténtico, más hondo, será aquel que comparta el momento de la experiencia y exprese esa vacilación. Como en la célebre dubitación de Juan de Yepes, el poema, testimonio de una emo­ción inefable, comparte esa oscilación. Musitación antes que titubeo:

¿en algún recodo del subsuelo
         de allí surge
                  sin embargo
     esa chispa inicial
           que nada quiere ser
        que nada quiere
             sino arder
o destruirse
                 en el aire
         o quizá vivir
              en ese encuentro
engendrado
              a partir de allí
       qué?
algo
             algo
que nadie sabe bien
      pero que arde
            arde
     tal vez un
         qué
                (“Nada hay más”, pp. 39-40)

De raigambre mística la emoción del poeta, que niega la realidad y la gra­vedad, el tiempo cotidiano, necesita de los sentidos, de las sensaciones para expresarse. Si “el tema del poema/es el poema”, sin importar si se habla de árboles “o del destino/incierto/o del pesar/y el peso/de los días”, la emoción poética es en su anomalía, en su extrañeza, indisociable de esa emoción que nos embarga ante la naturaleza, ciertos momentos, ciertos instantes. Por ello en Gola el poema se entrevera con esas sensaciones y para describir ese estado único, ese momento de arrebato, precisa justamente de símiles sensoriales. El poema es “inundación”:

de a poco
      siento venir
          el resplandor
        de a poco
            siento subir
            la luz
    quieto
            inmóvil
                aguardo
aquella inundación
     aguardo
           aguardo
tendido en la mañana
                          (“De a poco”, p. 41)

El poema es también una conjunción que estalla revelando la dicoto­mía y la continuidad, tal si se tratara de una banda de Moebius:

y el poema agazapado
             escondido en algún sitio
en algún repliegue
      asoma de pronto

             (...)

estalla en esa conjunción
     afuera-adentro
                         (“Nada hay más”, p. 39)

La emoción poética, con su transustanciación mística, se presenta co­mo una experiencia única; de ahí que el verdadero poeta sea más un sujeto de experiencias que un artesano. El poema surge a través de una larga y a menudo imperceptible gestación. Así, en la segunda parte de Retomas, los varios poemas van configurando esta idea de lenta gestación y al mismo tiem­po de producción imprevisible:

van creciendo
          las ganas
aunque no sabes
        de qué
unas ganas
          difusas
          pero ciertas
    no me puedo resistir
a este deseo
          que viene no sé de dónde
                                      (“Van creciendo”, 46)

        el paso de los días
de esos días
      que parecen vacíos
            y perdidos
       va forjando
         en algún sitio
imágenes sonoras
o rayas oscuras
      trazadas sobre el plano
    figuras que crecen
       o se pierden
visión interna
   o fuego grave
                   (“Con frecuencia”, p. 48)
El poema implica la conciencia de la escritura. El tema del poema es el poema en tanto poema connota aquí conciencia del lenguaje. La revelación de la unidad es indisociable de la conciencia matérica del poema. En su as­piración al silencio, a ese momento de revelación, el poeta, que elige el len­guaje, convierte al poema en una construcción metonímica, en una sucesión. Por ello el poema “pasa y pasa”. El ritmo es consustancial.

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