lunes, 16 de mayo de 2011

Energía concentrada



Gabriel Bernal Granados

Jorge Juanes, Territorios del arte contemporáneo, Ítaca/Universidad Autónoma de Puebla/Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, México, 2010, 488 p. + XVI láminas.

Después de Marx o la crítica de la econo­mía política como fundamento (1982) y Hölderlin y la sabiduría poética (2003), Territorios del arte contemporáneo es el libro más ambicioso, inclusivo y abarca­dor de Jorge Juanes. El libro se divide en dos grandes secciones. La primera toca las diferentes manifestaciones del arte a tra­vés de la historia, desde el arte cristiano de los primeros siglos de nuestra era hasta las representaciones más hete­rodoxas del fenó­meno artístico en nuestros días (el perfor­mance, el cine, la fo­togra­fía, el arte del cuerpo, el arte de la tie­rra, el arte conceptual, el retorno a la fi­gu­ración y la pintura, el arte digital). La segunda sección propo­ne un recorrido pa­ralelo y enfoca los mismos problemas, pe­ro desde la perspectiva de las ideas y el pensamiento que ha teni­do como refe­rente nutricio al mundo del arte. Aquí, y obedeciendo en todo momen­to los intereses particulares del autor, vamos de Va­sari a Hegel, Kierkegaard, Nietzsche y Heidegger, para luego demorarnos en el comentario a los libros de algunos de los críticos y pensadores más influyentes en el arte del siglo XX, como Benjamin, Adorno, Hans Sedlmayr, Clement Green­berg, Arthur Danto y Joseph Kosuth (por razo­nes seguramente de espacio, Juanes no ha­ce ningún comentario a la crítica de arte de Baudelaire y deja fuera la refe­rencia a la crítica que se ha producido en suelo la­tinoamericano).
No obstante su espíritu misceláneo y di­dáctico, el libro de Juanes dista de ser un museo a la manera de La historia del arte del profesor Gombrich. Territorios del arte contemporáneo tiene un carácter eminen­temente comprehensivo, que bus­ca escla­recer y fijar el significado de una serie de hitos que han ido conformando, eso sí, la historia del arte y la historia de su pensa­miento crítico. De ahí que Jua­nes no men­cione una serie de artistas me­nores que, a la hora de una valoración crítica objetiva, no podrían ocupar un mis­mo lugar al lado de Velázquez, Goya, Mi­guel Ángel o Leonardo, para referirme solamente a los pintores.
Pese a que el volumen en su totalidad es la transcripción, casi sin retoques, de una serie de programas radiofónicos que se transmitieron hace unos años por Radio Educación, el libro de Juanes posee una impecable coherencia programática que no da pie a la emergencia del azar en su exposición de los problemas del arte. Des­pués de haber leído las casi 500 páginas del libro, me sorprendió aún más la ca­pacidad de Juanes para improvisar sobre una serie de asuntos complejos, y organizarlos como si la serie obedeciera a las previsio­nes de un guión concebido de an­temano. Esto sólo quiere decir que el li­bro funcio­na como libro, y admite algunas considera­ciones sobre la calidad de su contenido y de su prosa. La prosa de Jua­nes, eviden­te no sólo en Territorios del arte contemporáneo sino en la prosa del conjunto de sus libros, tiene un carácter marcadamen­te oral. Cuando Juanes es­cribe —al menos así me lo imagino— se levanta de su silla, camina, hojea libros, mira algunos de los pocos cuadros que cuelgan de las paredes de su casa, vuelve a sentarse, sigue escribiendo durante lar­gas rachas muy pareci­das a espasmos o arranques de un vigoroso intelecto, contesta el teléfono, mira el apa­rato de televisión donde se transmite un partido del Real Madrid, escribe, lee en voz alta lo escrito, hace anotaciones en un bloc a rayas y vuelve a escribir con la energía concentrada de quien está poseído totalmente por su tema. Así, lo que pri­ma en el estilo de Juanes es el gesto, o lo que Juanes, tomando prestada una metáfora al mundo de la pintura, llama “lo pulsio­nal”. El cuerpo, el propio cuerpo está al­tamente involucrado en el proceso. Y éste es el significado último del infinitivo improvisar: la escritura, entendida como el vaso contenedor del pensamiento, se está haciendo a sí misma en el momento de ser transmitida de la mano al papel. Esto le confiere a los escritos de Juanes un considerable empuje y una vecindad con sus lectores: el lector no puede dejar de sentirse interpelado, e incluso “agredido”, por este hombre que se apasiona cuan­do habla y escribe de arte.
Juanes no deja nada en el tintero. Quie­re abarcarlo y decirlo todo. Sin embargo, pese a sus énfasis y a las connotaciones complejas de los términos filosóficos que emplea, Territorios del arte contemporáneo es un libro polémico y abierto a las polari­dades de la discusión. No es digresivo si­no concentrado, hasta el punto de golpear sobre la mesa del escritorio con tal de po­ner los puntos sobre las íes y de­cirnos con todas sus letras y acentos que la crítica de arte no debe confundirse con la literatura ni con las ensoñaciones de los poetas que han escrito malamente sobre arte. La crítica de arte debe partir de la obra para generar un nuevo pensamiento y para vol­ver a ella, generando con ello el efecto elu­sivo y preciso de un boome­rang.
El programa, o el guión general al que obedece la secuencia episódica del libro de Juanes, tiene una marcada relación de interdependencia con los libros y los en­sayos que Juanes ha publicado a lo largo de la última década. Libros sobre pintura y crítica del pensamiento a los que uno tiene que recurrir si busca encontrar de­talles o elaboraciones más prolijas. Si Juanes hace énfasis en Hölderlin y lo poé­tico-pen­sante es porque antes ha publicado un li­bro sobre el particular; o cuando ha­bla de Goya y la naturaleza “desaseada” y corporal de su pintura, uno no puede evitar remitirse a su libro sobre Goya y la modernidad como catástrofe. Lo mismo sucede con Leonardo y algu­nos tópicos del Renacimiento y la pintura veneciana, en particular el problema del color y la carnación de las figuras en Giorgione. Con Dalí, con Pollock, con Ar­taud, con Kan­dinsky y con Duchamp, ar­tistas a los que Juanes ha dedicado sendas monografías y que cita de cuando en cuando durante el desarrollo de su discurso ra­dial. Sin embar­go, las discusio­nes que podemos encontrar en este libro nos re­servan sorpresas iné­ditas y momen­tos de gran apasionamiento en relación sobre todo con la obra de algu­nos pinto­res. Yo rescato los pasajes dedi­cados a Velázquez y san Juan de la Cruz o la conmovedora, por puntual, secuencia en la que Juanes refiere el modo en que está pintado un autorretrato de Rembrandt. La seriedad y los valores escuetos de su comentario a Las señoritas de Avignon me parecen un reflejo fidedigno del ran­go que Juanes le otorga a la crítica de arte: por encima de la interpretación, se encuen­tra el hecho irrefutable de la obra. El crítico debe palpar y observar antes que tratar de in­terpretar adecuadamente. Esto supo­ne un alto grado de intimidad con el arte. Y el crítico, si de veras quie­re serlo, de­be ser partícipe activo de la obra. Pese a su tí­tulo, Territorios del ar­te contemporáneo, algo me dice que Jua­nes se siente mucho más a gusto en compañía de los pinto­res de antaño que con los artistas de lo es­trictamente nuevo y contemporáneo. Las mejores páginas del libro no en balde es­tán consagradas a la plástica: mencio­né a Picasso y a Ve­lázquez. Y vale decir que la bibliografía de Juanes aún no ha contemplado un es­tudio sobre este último y los vasos comunicantes que se extienden de su obra a la de san Juan de la Cruz.
Territorios del arte contemporáneo es un ajuste de cuentas con la noción de que el arte es un asunto connatural a la exis­ten­cia del hombre y a las circunvoluciones de su pensamiento. En reiteradas ocasio­nes a lo largo de su libro, Juanes nos re­cuerda que no hay arte sin pensamiento ni arte que excluya al cuerpo, aquello que Nietzsche llamaba la dimensión trági­ca del arte griego, esto es, la fusión de lo dioni­siaco en lo apolíneo y la no cancela­ción de la forma sino lo opuesto: su emer­gencia y esplendor y su convivencia con lo atmos­férico intangible de la idea. “El arte debe ser pensado siempre desde el arte y (...) el arte es en sí un incentivo para el pensa­miento radical, libre, ajeno a los maniqueís­mos de las posiciones de Verdad y de la política de los políticos”, dice Juanes en el Prólogo a su libro.
Al poner en perspectiva histórica a las artes tradicionales o heredadas, la pintura de caballete y la escultura de pedestal, y refiriendo el momento en que las artes se despojan de los soportes tradicionales y se abren a nuevas posibilidades de ex­pre­sión, Juanes está definiendo su posición sobre el arte. Siguiendo a Nietzsche y a los poetas románticos alemanes, Jua­nes lo entiende como el lugar donde el hombre se juega su propio destino. Pero también como la encarnación de una esen­cia intelectual e intangible. Si no hay pen­sa­miento, no hay arte; y viceversa. El momento actual, que supone la inoperatividad de los esquemas tradicionales de perfilar y reconfigurar el arte, se abre más que nun­ca a los horizontes de lo sub­jetivo. Ahora más que nunca el crítico o el pensador sobre el fenómeno artístico se ha convertido en un colaborador indispensable del artista. Y el libro de Juanes es un testimo­nio fehaciente de ello.

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