lunes, 19 de abril de 2010

Voces entre sueños

Gregorio Cervantes Mejía

Alejandro Badillo, Ella sigue dormida, Tierra Adentro/conaculta, México, 2009, 124 p.

Borges refiere que, para los eruditos de Uq­bar, “los espejos, como la cópula, son abo­minables porque multiplican el número de hombres” (“Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”).
Este terror hacia los espejos reaparece constantemente a lo largo de la obra borgea­na: fuente de delirios, temores y equívocos, los espejos trastocan el orden cotidiano a pesar de la aparente familiaridad que guar­dan con nosotros.
De manera semejante, los relatos contenidos en Ella sigue dormida, de Alejan­dro Badillo, funcionan como los espejos terribles de Borges: presentan un mundo donde el orden natural ha sido alterado por la coexistencia de planos narrativos dife­rentes, a través de lo cual se generan situa­ciones que terminan por desterrar a sus protagonistas de la realidad cotidiana.
Así, un hombre que entra a un hotel con una prostituta puede encontrarse a sí mis­mo saliendo del mismo sitio después de estar con una mujer diferente. O un rico comerciante árabe soñarse a sí mismo y que­dar atrapado dentro del sueño hasta en tanto alguien no lo sueñe.
Ese juego de paralelismos, donde la vi­gilia y el sueño, la realidad y ficción se encuentran y confunden para crear un or­den diferente, es el eje rector de los relatos de Ella sigue dormida, en los cuales la cons­trucción de la atmósfera parece privar so­bre la estructura y el sustrato anecdótico.
Vistos con cuidado, los motivos se repi­ten a cada relato: los personajes de Badi­llo, por lo regular seres solitarios y de vida apacible, anodina incluso, se descubren a sí mismos duplicados por alguna causa incom­prensible. Incapaces de hacer frente a esta situación, e incluso de tomar concien­cia de ello, parecen finalmente condenados a asu­mir su existencia simultánea y es­cindida.
Es el cuidadoso manejo del lenguaje el que mantienen al lector en una sensación de constante sorpresa y hechizo. Badillo calcu­la cada frase para lograr, mediante un pre­ciso manejo rítmico, compartir con el lector las percepciones de sus personajes, un po­co a la manera de Amparo Dávila, que apues­ta muchísimo al efecto hipnótico que un texto puede conseguir a través de una cui­dadosa construcción de las frases.
O incluso del mismo Jorge Luis Borges, con quien comparte, como ya se mencio­nó al comienzo, la concepción del espejo como un instrumento terrible.
El peso otorgado al lenguaje y a los aportes de esto para la construcción de at­mósferas también es herencia de Alejandro Meneses (rasgo éste que el mismo Badillo ha hecho explícito en varias ocasiones).
Llama la atención que Badillo sea, a se­mejanza de los tres autores mencionados, un narrador que parece apostar todo su proyecto literario al cuento, género poco afortunado en el actual mercado literario. Pero además a la modalidad fantástica de éste, en un periodo donde privan las tenden­cias realistas (al borde de lo testimonial-pe­riodístico) o bien los proyectos experimentales, demasiado radicales e individualistas.
Los relatos de Ella sigue dormida, en es­te sentido, siguen manteniéndose dentro de una de las líneas clásicas del cuento fan­tástico, muy cercanos, tanto por las temáticas como por la estructura, a lo conseguido por las figuras canónicas del relato corto latinoamericano.
Es decir, nos encontramos ante un autor ubicado dentro de una tradición y que con­sigue un trabajo pulcro y eficaz dentro de esos parámetros, pero poco dispuesto, al parecer, para ofrecerle al lector una nueva apuesta narrativa a partir de esta tradición.
No deja, sin embargo, de ser Badillo un narrador que nada contra la corriente, justamente por estos mismos factores: ubi­carse dentro de la tradición del cuento fan­tástico, así como apostar por un lenguaje pulcro y cuidadosamente construido (lejos del tremendismo y el desaliño imperantes en otros contemporáneos suyos).
Aunque con muy buenos resultados, los casos de narrativa fantástica (o más propia­mente no-realista) dentro de la literatura hecha en México son escasos comparados con las tendencias realistas y, además, per­tenecen en su mayoría al siglo xx: Juan Rulfo, Arreola, Francisco Tario, Amparo Dávila, y en fechas más recientes, Mario González Suárez, por citar algunos.
Alejandro Badillo pertenece a este sec­tor minoritario. Los relatos de Ella sigue dormida ocurren en un universo paralelo al nuestro, pero que mantiene frecuentes y desconcertantes contactos (“López, su otro yo” y “Huellas” muestran la existen­cia de estos vasos comunicantes). O bien, en un ámbito intermedio entre el sueño y la vigilia, donde ambos estados se entremez­clan y producen una realidad alterna que hace recordar aquella flor traída del paraí­so de la que han hablado Coleridge y Bor­ges. Así, la realidad se convierte en un estado más de la conciencia, cuyos límites con lo no real son difusos.
La eficacia de los relatos de Ella sigue dormida radica en la fuerte carga emocional con la cual Badillo convierte al en­torno es una sustancia espesa que oprime a los personajes, obligándolos a demorar sus acciones, a dar peso a cada uno de sus movimientos: lograr cada paso, cada gesto con la mano o el rostro, es una tarea casi sobrehumana en los relatos de Ella sigue dormida: “Ahora se lleva las manos a las sienes, el doctor le habla pero no puede oírlo. ‘Así no puedo’ resuena en sus oídos impidiendo la entrada de cualquier so­ni­do del exterior. Como tabla de salvación se aferra a los labios gruesos, a la lengua que toca intermitente los dientes a la hora de articular palabras. El doctor, visiblemente molesto, regresa a su silla. Pupi, con la cabeza llena de ecos, ve atemorizado sus manos extendidas, tensas sobre la mesa.”

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